El matrimonio como propaganda política.

Originalmente publicado en6 octubre, 2020 @ 2:55 pm

Jaime Jaramillo Panesso

¿Cómo no aprenderle a las casas reales europeas el impacto político que crean los matrimonios espectaculares de sus vástagos de sangre azul? Su Alteza, el hijo de la Reina Madre de la meritoria dinastía deberá prepararse durante muchos años para desposar a una dama cuyo marco histórico esté apoyado en el protocolo fastuoso de una ceremonia de alcance universal. De otro modo, no se justificaría los millones de libras esterlinas que los súbditos del Commonwealth entregan anualmente para que funcione el tinglado de Su Majestad. El teatro shakesperiano nunca hubiera sido posible sin estos personajes inolvidables. Iguales pompas se practican en los reinos que moja el mar Báltico, donde anidan proclamas socialistas y consumos mercantiles capitalistas.

Hay políticos colombianos cuya soltería nunca fue motivo de atracción electoral. Por el contrario, de manera directa o indirecta, la mayoría hace sus campañas exhibiendo a sus compañeras de hogar. Es bueno mostrarse como buen esposo y buen padre de familia, pues ello es un factor de confianza para el electorado. Sin embargo en los últimos tiempos, electos unos, posesionados otros, personajes de la comedia política hacen de sus desposorios un espectáculo de propaganda parecidos, proporcionalmente, a los que realizan las casas aristocráticas de la cansada Europa.

Es toda una escenificación que reúne no solo a las familias de los novios presuntos, sino que atrae a los cercanos copartidarios que tienen la oportunidad de jurar militancia, a falta de las estructuras partidarias estables. No hay asamblea o congreso del partido. Es la fiesta matrimonial convertida en instancia de fidelidad al jefe político del momento: un alcalde, un gobernador, un congresista, un alto funcionario del Estado.

Hay que ver el acto en vivo y en directo. La tarjeta de invitación es la primera luz del compromiso en la cual se indica la ropa que deben vestir los asistentes y el local comercial donde está la lista de los objetos que los invitados deben comprar en honor de los casados y como contribución a su estabilidad material. Los políticos suelen tener rasgos de genialidad. Uno de ellos hizo de su matrimonio en Cali una fiesta blanca, con decenas de congresistas vestidos de pureza administrativa. Otro, hace unos años, colgó los uniformes camuflados y la carabina clandestina a la entrada de la sala nupcial en señal de paz. Otro puso una comisión punitiva a la entrada de un añejo club de jugadores de tejo y golf para que decomisara las corbatas que intentaran ingresar anudadas al cuello de sus portadores.

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Pero el mayor impacto social de los matrimonios de propaganda política lo causan las denominadas “páginas sociales” de la prensa escrita. Esa es la quintaesencia del culto a la personalidad. Toda la vanidad del inmortal personaje sale a relucir. La impostada sonrisa, la copa alzada en gracia de la vida que comenzará con una luna de miel y de confetis, las lágrimas de las primas, los eructos de los primos llegados de otras ciudades, los orlados trajes de la paisanada, los agradecimientos empapados en vino blanco, los pasabocas pintados con la bandera nacional y formando el escudo de la municipalidad o del despacho del político. Y al final, el anuncio de operador de audio: “la Reina de Inglaterra no vendrá al acto porque se encuentra atendiendo una delegación de las islas Falkland Malvinas”. Entonces la novia, que ya no es novia, sino Señora. Y el novio, que ya no es novio, pero siempre ha sido Señor, ordenan callar el saxofonista contratado y dicen: gracias por venir. Quedan invitados desde ahora a la fiesta de separación matrimonial. Les estaremos avisando.

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